En el corazón de la Ciudad, más precisamente en el barrio porteño de Villa del Parque nacía en el año 1922 uno de los clubes barriales más trascendentes del territorio porteño. Con una performance social y deportiva, el Club Gimnasia y Esgrima logró transformarse en una elite del deporte que le otorgó a la Argentina su único mundial de básquet. Hoy perfila el centenario e intenta hacerle frente a las modernas realidades.
Un siglo atrás en el barrio porteño de Villa del Parque, lejos de las majestuosas edificaciones que observamos hoy día, convivían diferentes quintas y chacras en el barrio. Un equipo de vecinos aledaños que una vez por semana se juntaban en la tradicional estación del ferrocarril comenzaron un sueño: construir un club social y deportivo. De esta forma en el año 1922 se gestó el Club Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque. Originariamente con un ímpetu social para poder tener un lugar de encuentro para grandes y chicos, ciudadanos aledaños, el club nació de forma oficial con la mitad de los terrenos con los que en la actualidad cuenta.
“El club siempre hizo hincapié en la parte formativa para los niños, si hay algo que lo caracterizó a Villa del Parque fueron sus escuelas deportivas”, dijo Jorge Desseno, uno de los fundadores del club. “Los carnavales y bailes del club eran famosos en toda la Ciudad, la gente se moría por venir”. “A partir de ese momento es cuando empiezan a salir los grupos generacionales que explota con los mundialistas del ‘50”. “La base de esa Selección era el equipo de Parque, eran todos vecinos del barrio. El equipo nació en el club”, contó Jorge Festa, integrante del establecimiento.
“Logramos formar un equipo competitivo, hasta ascendimos al TNA y trajimos a un extranjero de Estados Unidos como figura”, recordó la autoridad de ese entonces; “pero nos fuimos dando cuenta que como club de barrio era insostenible”.
“Hoy el club cuenta con 24 actividades y 90 empleados”, dijo el actual presidente Jorge Abdala; “somos más que una PYME.” Esto deja de manifiesto de alguna forma la situación de la gran cantidad de los clubes de barrio de la Ciudad, con la salvedad de que las autoridades trabajan como voluntariado.
“Es mucho el esfuerzo y son muchas las horas que hay que dedicarle al club para sacarlo adelante”, afirmó Festa. “Por suerte todos nosotros que nos criamos en el club lo sentimos como nuestra casa y entendemos la necesidad de estar presentes. Podemos tener diferencias pero al final del día todos buscamos lo mejor para el club”, adicionó Monza.
“Se ha transformado en mi segunda casa. Conocí a mi familia y la he formado acá. Le dedico mucha pasión y amor.”
“El club es una parte importantísima de nuestras vidas. Llegué al club a los 7 años, conocí a mi mujer acá hace 60 y mis hijos también crecieron acá. Es una de las partes más importante de mi vida”, recordó Don Festa alegre.
“Mis padres y mis tíos fueron socios; mis primos, mi hermana y yo también; después mis hijos y ahora andan corriendo por ahí mis nietos. El club era y es mi casa. Siempre tuve una sensación de pertenencia, cuando entraba al club tenía la misma tranquilidad que cuando entraba a mi casa”, contó Chiesa.
Esta misma situación se replicó con Monza y Dessano. “Mis padres se conocieron en el club y de chico hice deporte con mis hermanas. Hoy mis hijos juegan al básquet acá. Es prácticamente mi casa”, contó Nelson. Y Jorge recordó su experiencia: “el club es contención, es una pasión y un conjunto de vivencias que a uno lo motivan. Ver crecer a todos mis hijos aquí, mis nietos… no me quiero poner nostálgico pero tengo una historia muy rica en el club.”
“Antes te casabas y te ibas a mudar al lado del club para estar cerca; hoy mis hijos están divididos por todas partes según donde jueguen, cambió la cosa”. “La siguiente generación no va a tener el sentido de pertenencia que tenemos nosotros”.
“Por otra lado, hoy estamos viendo que muchos chicos que llegan al club para competir terminan trayendo a sus padres. Se está dando la situación a la inversa y es una buena forma de atraer nuevos socios”, contó Carmody.